lunes, 2 de enero de 2012

Estoy fumando un cigarro Phillip Morris rojo, es el souvenir que me dejó un amante esporádico argentino. No fumo muy seguido, los cigarros que están en mi casa, suelen ser de alguien que pasó por aquí y dejó algo más que una conversa y fluidos.

Encontré estos ahora y me acordé de la historia con este buen hombre con quien me topé la noche antes del último año nuevo.

Mi fin de año fue particularmente complejo, convulso, lleno de angustias por la presencia de un par de personas en mi vida y por la necesidad de tener que tomar alguna decisión con respecto a ellas. Aunque la vida se encargaría de tomar esas decisiones por mí más adelante.

Esa noche estaba en Cusco, para variar, porque decidí recibir el año allá, esta vez no quería ni playa ni sol, y no quería un destino desconocido, quería un lugar en el que me sintiera canchera, segura con respecto a mis movimientos, ninguna sorpresa, de repente sólo bailar y perderme en una espiral de alcohol, música electrónica y mucha gente sin rostro, sin nombre, sin voz.

La noche previa me encontré con Santi, un amigo gay limeño que había conocido en el último viaje por trabajo, nada mejor que un amigo gay para divertirse sin límites y sin riesgos.

La noche empezó con unas cervezas, algún update de los últimos polvos de Santi, luego algunos amigos más se nos unieron, y fluyeron los mojitos, las margaritas, pero como nada era suficiente al parecer para acallar mis voces internas, fue necesario inocularme redbull y vodka.

En cierto momento de la noche, la mezcla empezó a hacer efecto, yo andaba un poco en silencio, embriagándome en silencio sólo escuchando el barullo de la gente. De repente lo vi, entre el humo, la música, el laberinto, no era muy guapo pero había algo en él que llamaba mucho mi atención.

Tal vez el pelo alborotado, que le daba un look medio salvaje y desordenado lo que me encanta, tal vez la mirada de buena onda. Lo miré, en mi embriaguez lo señalé y le dije "tú, ven, vamos a conversar", aceptó inmediatamente, emocionado y nos sentamos en la barra. Muchas veces le pregunté su nombre, el lugar de Argentina de donde venía, el alcohol había afectado mi memoria a corto plazo.
No recuerdo mucho contenido para variar, pero recuerdo buenas sensaciones, muchas risas, mucha complicidad.

En un momento de estar hablando amenamente mi paupérrima capacidad para articular palabras se extinguió, de repente todo se fue al cuerno, la discoteca empezó a girar en frente mío con este hombre incluido, sólo alcancé a balbucear "sácame de aquí". Bajamos inmediatamente y caminando casi recostada en su brazo izquierdo logramos llegar a mi hotel.

Yo no tenía planeado tirarme a nadie, de hecho ya tenía suficiente con dos asuntos por resolver en mi vida, dos asuntos, dos hombres, pero allí estábamos frente a mi cama de hotel.

La borrachera cedió un poco con el aire helado y seco de Cusco, así que le dije para fumarnos un cigarro, en el baño -no está permitido fumar en las habitaciones y el baño tenía un extractor de aire-, allí estábamos sentados con el inodoro de cenicero entre los dos, y todo el alcohol que sacamos del frio bar, unas botellitas de vino, unas chelas, algo de música de mi mp3, y muy buena conversa. Era un tipo encantador y muy simple, sin poses, sin banalidades, con una maravillosa capacidad para dejarse llevar por el momento, disfrutándolo sin apurarlo, transitando la experiencia sin prisa por coger, sin ese hambre desesperado de algunos que llega a ser tan poco seductor y hasta cierto punto ofensivo.

Ya cerca de las 4 am, le dije para irnos a mi cama y allí empezamos a besarnos desesperadamente, mirando nuestros cuerpos en el espejo de la habitación, lo hicimos salvajemente, no me equivoqué con la primera impresión que tuve de él, últimamente, luego de tantas experiencias, voy notando que he desarrollado una invaluable capacidad para intuir quién es un buen amante.

Olvidé por varias horas mi angustia, me refugié en ese intercambio con un tipo más que genial, valió la pena ese momento.

Terminamos agotadísimos, y me quedé dormida inmediatamente. Al despertarme unas horas después allí estaba él, a mi lado viendo tele.

Todavía me gustaba verlo, me acarició, me dio besos muy suaves, muy tiernos, pasaba su mano por mi cabeza mientras me miraba con dulzura, entre agradecido y hasta cierto punto conmovido. "Hace mucho tiempo que no lo hacía así, nunca me pasó algo como esto, gracias por señalarme".

Yo disfrutaba sus caricias en mi espalda, sus palabras las tragaba como píldoras que me devolvían un poco el alma al cuerpo, mis ojos estaban entreabiertos, no podía hacer más, no alcancé a decir nada.

Se levantó, se cambió, y me volvió a besar, se despidió, cruzó la puerta y no lo volví a ver más. Cuando desperté más tarde tenía sus cigarros en la mesa de noche, mucha sed, y nuevamente la angustia de mis dos historias pendientes sin resolver.