lunes, 19 de marzo de 2012

Juegos de niños

Allí estaba él, inquieto, incierto, brincando de un lado al otro, casi sin poder detenerse en un punto fijo por más de unos minutos. Tuve que hacerme entrar en razón e inmediatamente dejarme claro que si yo tuviera algo serio con él no toleraría su incapacidad para enfocarse en algo, como por ejemplo ver una película un domingo por la tarde. ¿Por qué la proyección? Sólo lo había visto fugazmente unos minutos, pero no me había dado cuenta que su sonrisa es probablemente la cosa más tierna que yo haya visto en mucho tiempo y su mirada la más franca de todas.

Allí estábamos haciendo la cola para comprar cerveza en el concierto que reunió a las almas libres y bohemias de Lima, allí estábamos en un grupo conversando todos contra todos sin saber bien de dónde venía cada uno. Allí estaba él brincando de un lado a otro, y yo tratando de no mirarlo, de no reparar en él, de no prestarle atención por más de un minuto para que su maravillosa sonrisa no terminara de convertirme en piedra.

Esa forma inquieta de ser me hacía pensar que yo ni siquiera pasaba por su mente, en realidad, parecía que nada permanecía en su mente porque lo único que hacía era moverse incesantemente. Me equivoqué.

El grupo se deshizo tan fácilmente como se formó, la gente se diseminó y quedamos sólo él y yo, ambos sin darnos cuenta nos quedamos (¿quisimos quedarnos?) juntos y allí estábamos dos completos extraños en el medio de la gente, sin mayores cálculos.

El estaba detrás mío, por instinto, por deseo, impulsivamente su cuerpo se colocó detrás del mío y en todo ese tumulto de gente, él y yo nos sentíamos, él tocaba mis piernas, pasaba sus manos por mis glúteos, pegaba su cuerpo al mío y yo lo disfrutaba, nos movíamos al ritmo de nuestro deseo, yo volteaba y lo miraba, mientras él seguía tocándome sin haberme pedido permiso, casi sin saber nuestros nombres, lo miraba y sonreía complacida, él me penetraba con sus ojos, no decíamos ni una sola palabra, sólo nos dejábamos llevar  por el juego que nuestros cuerpos habían decidido jugar sin consultarnos.

Su boca en mi cuello me erizó la piel, alcancé a oirme exclamar un leve gemido de placer, su cuerpo se pegó más al mío, cogió mi boca con sus manos y me empezó a besar, en un beso irreal cargado de placer frenético, ternura, emoción, confusión, en medio de toda esa gente saltando y gritando, él y yo nos devorábamos, nos tocábamos, nos lamíamos, nos olíamos, sin pensar que había un mundo alrededor.

No pensé en más, qué íbamos a hacer después, no pensé si luego haríamos el amor en mi casa o en la suya, no pensé si nos íbamos a volver a ver, ese momento sublime hecho de música, gente, luces, besos, su cuerpo y el mío, sólo existía por una conjunción de factores y probablemente su existencia se desvanecería cuando estos se desagruparan, cuando todo esta psicodelia se desvaneciera.

Pero no fue así, no podía ser así, en esos dos cuerpos había demasiada pulsión y era absurdo, insano, obceno, desperdiciarla.

Esa noche vinimos a mi casa, nos desaparramamos completamente en la alfombra, en la sala, como si fuéramos dos amantes y amigos de toda la vida, todo era fácil, todo era simple, la música, la conversación infinita desnudando sin filtro alguno todo lo que se nos venía a la mente, todo lo que el alma nos pedía expulsar y depositar en alguien más. Confesiones de cosas que con otras personas preferíamos callar, y allí estábamos entregando más que piel y placer, estábamos entregándonos verdades. Me confesó lo que probablemente haya sido su secreto más jodido en el último año, "no tengo una erección hace meses", lo escuché echada en la alfombra mirándonos cara a cara, sentí ternura, tal vez él sintió alivio, cobijo, soporte. Acaricié su rostro, su pelo, lo besé con ternura y luego con deseo, entonces nos hicimos el amor, nos lo hicimos toda la noche incansablemente y todo el día siguiente, lo disfruté plenamente, pero esta vez con un sabor de victoria, yo había logrado que él se conectara con su sexualidad y su capacidad de sentir placer, asumo que él disfrutó nuevamente sentir que podía penetrar y darle placer a una mujer. Tal vez había más en esa historia, no lo sabía, pero en ese momento, en ese espacio sublime y especial él y yo éramos lo que cada uno necesitaba del otro.