domingo, 3 de abril de 2011

Y qué hacemos con el amor?

Me jugué el pellejo mal, no medí las consecuencias y me costó levantarme, pero no me arrepiento de nada, de un solo momento vivido con él.

Después de estar conmigo en Lima, irse a Colombia y luego a Miami, decidió regresar, decidió regresar a verme, porque al final de todo, la vida está hecha de estas experiencias que te atreves a vivir sin cuestionarte, sin darle muchas vueltas, sólo te mandas.

Hablamos por skype durante unos dos o tres meses y el cariño crecía a borbotones, o lo hacíamos crecer, y luego de algunos arreglos y coordinaciones finalmente aterrizó en Lima, mi novio judío venía a quedarse conmigo, en mi casa, por un mes.

Mucha gente me preguntaba si estaba segura de lo que estaba haciendo, si era correcto meter a mi casa a un pata que conocía tan poco durante un mes? qué pasa si no funciona? si te aburres, o si se aburre él? y si te tiemplas y luego te duele que se vaya? y qué va a hacer todos los días cuando tú estés trabajando? no respondí ninguna pregunta, sólo quise que venga, sin pensarlo, sin calcular daños, quería verlo, tenerlo, disfrutarlo, vivirlo y punto.

El día que aterrizó lo fui a recoger al aeropuerto, fue demasiado lindo verlo, nos abrazamos tanto, nos besamos como si quisiéramos devorarnos en ese momento, porque desde que decidimos vernos de nuevo ninguno había querido estar con nadie más, cursi y todo queríamos guardarnos el uno para el otro.

Yo nunca había convivido con nadie un mes seguido, y hacía más de un año que no tenía nada parecido a una relación. En realidad sentía que habíamos decidido jugar a la casita, al papá y a la mamá.

Le hice un espacio en mi closet, en mi baño, escogió un lugar de la cama para dormir y se adueñó de la cocina y de la compu.

La primera noche tiramos como náufragos, deprivados de sexo completamente, seguía tirando fatal, pero yo tenía tantas ganas que lo disfruté igual.

La primer semana fue agotadora, porque tenía mucho trabajo, las clases en el master y él esperándome en la casa todas las noches con el jack daniels y el deseo a flor de piel en la mañana, en la noche, a la hora del almuerzo.

Luego compramos los pasajes a Máncora y nos fuimos. Fue el viaje más lindo de mi vida, nuestra luna de miel tal cual. Hicimos todo lo que quisimos, nos enamoramos el uno del otro, nos enamoramos de la playa, del sol, de la arena, hicimos planes de volver algún día y poner un hotel y vivir frente al mar. Hicimos tantos planes embriagados por el paisaje, por la fantasía, por lo fácil que era todo.

Y luego volvimos a Lima, a caminar por la calles como dos turistas en mi ciudad. Compartimos demasiadas cosas, los amigos, la familia, mis espacios, su familia, hablamos sobre la vida de cada uno, sobre los planes que cada uno tenía y cómo cada vez quedaba más claro que uno no estaba en los planes del otro.


Nos embriagamos muchas noches, la pasábamos juntos en todos lados, tan bien, cada día era algo distinto, y era todo placentero, maravilloso, pero había que luchar con la rutina, con mi cansancio, con su aburrimiento durante las horas del día en que yo no estaba.


Aunque la experiencia completa era linda, hicimos una rutina que poco a poco fue matando la pasión, de repente ya andaba agotada de tanto sexo, de tanta demanda sexual de él, de repente me pasó que ya no quería que me despierte a las tres de la mañana para hacerlo estando yo casi dormida.

Y vinieron los reclamos, los temores, las angustias, "no quiero pensar en el último día, no quiero pensar en el momento en que te tengas que ir, en el momento en que me tenga que ir, a continuar mi vida y a verte partir con otro, con otra".

Hasta que llegó la última semana, la recta final, en que yo deseaba que ya se fuera para poder volver a mi vida porque ese ritmo me estaba matando, pero al mismo tiempo tenía terror del momento final, de la despedida, de decirle adiós para siempre, porque la fantasía de que el próximo año yo vaya a su país, era sólo eso, una fantasía.

Toda esa semana final lloramos, unos días yo, otros días él, en la cama, en la mesa almorzando o en el desayuno, cuando pensábamos que ese lunes era nuestro último lunes, igual que el martes, el miércoles y así cada día de ese tramo final en nuestro camino.

La última noche en Lima no habíamos planeado nada especial pero de repente se me ocurrió que fuéramos a un bar lindo, nos reímos mucho como si al día siguiente él fuera seguir acá, nos embriagamos, luego fuimos a bailar, regresamos tardísimo a mi casa en la noche. Hicimos el amor por última vez, lloramos en ese último aliento, y nos quedamos dormidos para no pensar más.

A la mañana siguiente, yo lloraba mientras lo ayudaba a alistarse, él me abrazaba y respiraba fuerte para no soltar el llanto, de repente me dijo que tenía una sorpresa para mí.

Me había comprado un regalo, un cuadro con varias fotos nuestras de todo el tiempo que él había estado en Lima, una tarjeta linda y una carta de despedida, agradeciéndome por todo lo vivido conmigo, por todo lo que había aprendido de la vida y de sí mismo, diciéndome que nunca me olvidaría, que siempre, siempre yo estaría en un lugar de su corazón.

Me partió el corazón en pedacitos, y lo abracé queriéndome fundir con él para que no tuviera que irse o para que me lleve con él en su piel. Nunca me había pasado tener que acabar con alguien sintiendo tanto amor, no tenía idea cómo se superaba una cosa así.

Finalmente llegó la hora de irnos, tomamos el taxi al aeropuerto, y pasamos por varios lugares donde estuvimos juntos, íbamos en el carro en silencio, nos cogió un tráfico horrible y dormimos en el taxi abrazados, agotados de tantas emociones.

Llegamos al aeropuerto y a correr para que pueda llegar a registrarse, lo esperé como una hora hasta que terminó, finalmente me alcanzó unos minutos más antes de entrar a la sala de embarque.

Ese era el final, no sabía como afrontar ese momento final, nos abrazamos, se caían nuestras lágrimas, nos miramos tratando de decir con la mirada, todo lo que no salía de nuestras bocas, porque ya no había aliento, yo no quería que la gente nos viera llorar, siempre me he burlado de las despedidas cursis, así que lo abracé una vez más me sequé las lágrimas y le dije "ya vete", entró a la sala de embarque, lo miré a lo lejos, él a mi y desapareció, aún recuerdo su mirada triste.

Entonces estaba sola, caminé lentamente, sentía que me caía, que quería correr a mi casa a llorar sola donde nadie me viera. Aún hoy pensamos cómo no pudimos abrazarnos más? Ese era el último abrazo. Debió durar más.

Llegué a mi casa, y providencialmente llegó mi mamá a verme como si presintiera mi dolor, me abracé a ella en la puerta y lloré como hacía tiempo no lloraba por nada ni por nadie. Me acompañó a mi casa, le enseñé el regalo que él me dio, nuestras fotos, y todas las otras cosas que me dejó para recordarlo, y sólo lloraba como una niña, porque él, mi novio de un mes, con quien viví en un mes todo lo que una pareja vive en años, mi novio lindo, bueno, que dormía conmigo todas las noches, que me preparaba el desayuno, y me esperaba para almorzar, que me recogía del trabajo, que se reía conmigo, que disfrutaba plenamente todo lo que hacíamos, que me contemplaba en las noches mientras yo dormía, que disfrutaba con mis bromas, mi cuerpo, mi risa, mi silencio, el que secaba mi llanto y me abrazaba, mi novio bueno, se había ido y no iba a volver jamás.

Han pasado ya ocho meses desde que se fue, mantuvimos el contacto un tiempo, luego lo rompimos porque nos hacíamos mucho daño, ahora nos escribimos de vez en cuando como amigos, pero con todo el amor que aún nos guardamos el uno por el otro.

Yo no sé si esta historia ya llegó a su fin.... aún no sé si hay algo más, pero tenemos este amor en el alma y la verdad, no sabemos bien qué hacer con él.

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