miércoles, 25 de noviembre de 2009

Cusco mon amour

Cusco es exageradamente mágico, obsceno, místico, libre.

Fui después de muchos años, por trabajo, pero desde que bajé del avión sentí que estaba lidiando con todo ese aire bohemio, armoniosamente desenfrenado, poéticamente caótico diría yo.

Soy excesivamente responsable con mi trabajo, así que había una constante lucha interna y externa por mantener el orden y al mismo tiempo disfrutar el aire cargado de tanta pulsión.

Viajé en un momento muy complicado de mi vida, estaba acabando mi última relación, el último tren que tomé del que ya había estado buscando saltar varias veces, y aunque habia decidido continuar en él, el viaje a cusco desbarató todos mis planes de autoncontención, de autocastramiento, y sin darme cuenta, el fondo de mi ser sabía que me iba a dejar empujar.

La experiencia fue intensa, y de hecho valió la pena, no sólo por los resultados en mi vida hasta hoy, sino por lo que viví en esos cuatro días, en esos dos últimos días para ser más precisa.

Dos noches antes de volver a Lima me quedé sola, mi acompañante se regresó a Lima, y yo continué el trabajo por mi cuenta. Como era evidente no me iba a quedar en mi cuarto viendo pelas y comiendo chocolates, mientras la ciudad rugía allá afuera. Tal como me pasó en Arequipa, tenía miedo de salir sola, pero había que hacerlo, porque no me podía perder Cusco de noche.

Fui a dar unas vueltitas a la plaza, básicamente a respirarme la noche, a inocularme cusco por los poros. Me planté un rato por ahí, con un poco de frío, pero todo bien.

Chequeé algunos bares a ver qué onda, de hecho era un poco temprano, así que las discos aún no estaban disponibles.

Me metí finalmente a un pequeño barcito donde tocaba un grupo remonse dizque música cubana. En fin en cusco todo es maravilloso. Me senté al fondo en una barrita pequeña (todo el bar era diminuto), pedí una cusqueña (allá son más ricas aún) y a disfrutar mi noche bohemia.

Todos los niños del barcito andaban emparejados, de hecho, ninguno de ellos era mi tipo, no me gustan los europeos, menos los turistas europeos (porque parece que tienen serios conflictos con el agua), aunque no se le puede quitar mérito a los españoles e italianos, pero creo que esa noche habían puros belgas, o sea...

Además no salí en plan de pesca, aún andaba con el novio y aunque el amor andaba pegado con curitas, no era mi idea cagarlo.

A cierta hora entró él, demasiado crudo para mi gusto, insufriblemente chibolo, (sí, yo lo digo) esa gorrita de lana recontra surferita y su onda medio desaliñada, éste es sudaca, es más, es peruano, y dije, no gracias, peruano, chibolo, pastrulo, sorry pero espero que no empiece con alguna típica cojudez de peruano acomplejado.

Cuando empezó a preguntar por todos los tragos de la carta, escuché mejor el acento, era argentino, puta madre, peor, no hay gente que odie mas que los argentinos. Son extenuantemente pedantes, son los arequipeños de sudamerica br /> Comenzó a hablar de unas pipas de agua, y no sé qué onda con el tema, de hecho cuando preguntó por ellas reelaboré: chibolo, argentino y pastrulo, me muevo de la barra en este momento.

Sin embargo luego me enteré que con las pipas estas se fuma tabaco y el asunto es interesante y con manzanas no sé qué, y me pareció un tipo bacán, contra todo pronóstico, confirmamos de dónde eramos cada uno y poco a poco hablamos de algunas huevadas más, interesante y ameno por lo menos.

De hecho sentía que no nos gustábamos para nada, que entre nosotros había más bien una química de patas,y eso me gustaba mucho, para mí él era el "argentinito", así lo llamaba y yo era obviamente "che".

Le dije para tomarnos algo más, pero como el barcete ya cerraba él propuso buscar otro hueco, me pareció mostro, nos encaminamos a un bar en el que yo ya había estado un par de noches atrás.

Caminábamos por la callecita de San Blas, como dos patas del barrio, yo con la casaca amarrada a la cintura, él con la gorrita pastrula, con una buena onda increíble, realmente nos sentíamos cómodos, sin poses, ni huevadas, éramos un par de patas que decidieron acompañarse un rato, conversar y pasarla mostro en Cusco.

Llegamos al sitio, tomamos un par de cosas, hablamos de los tragos, de lo que hacía yo, de lo que hacía él, andaba mochileando por sudámerica nada menos el pibe. Y yo claro, envidiando los huevos que había tenido para dejar un rato la universidad y mandarse a palpar la historia que tanto le gusta y conoce.

Recordé y me enteré muchas cosas de nuestra historia como continente que el niño éste se las sabía como si fuese una biblioteca, pasamos mucho rato conversando y me divertía mucho escuchándolo y luego peleándonos porque claro, no puedes conversar con un argentino que se respete sin pelearte con él por su eterno y enfermizo afán de considerse una raza superior.

Los dos macchupicchu que me tomé hicieron efecto, el pibe se tomó dos daikiris (trago de gay), así que había una desventaja, pero la noche se abría ante nosotros por igual, aunque con diferentes matices.

Él era un nómade, autoproclamado hijo de una tierra sin nombre, sin límites, su libertad era un modo de vida, yo era una experiencia más, parte de toda la mística que envolvía su camino.

Yo por el contrario, era un citadina estresada, harta de una atadura autoimpuesta por temor a lanzarme a reconocer mis verdaderos deseos, en ese momento yo sólo anhelaba tener los cojones que este mocoso de 25 años había tenido para lanzarse al vacío, yo con 32 tenía miedo de haber dejado pasar la oportunidad de vivir, algún día de mi vida, sin saber qué cuernos sería de mí mañana, yo queria tragarme su experiencia, hacerla mía, tener el valor para coger mis cuatro trapos, mi cámara y el ipod y salir a perderme sin temor de no encontrarme.

Estábamos en lados opuestos, pero parados exactamente en el mismo punto del camino. Esta mezcla de libertad, prohibición, desenfreno, nos tragaba como un hoyo negro y ninguno de los dos oponía la más mínima resistencia.

Fuimos a bailar, siguiendo ambos el impulso de mi cuerpo. Pedí un par de tragos más, Cusco estaba metido en todos los huecos, a veces no notaba que él seguía a mi lado, ya había obtenido de él lo que quería, bueno, al menos eso creía yo.

De pronto, tímidamente preguntó: "Ché y cómo es lo de la fidelidad con lo de tu novio?". Me sacó de cuadro, yo de verdad no pensaba que él y yo tuviéramos algo, pero lo miré, preguntándome, preguntándole, " a dónde vamos con todo esto", no hubo respuesta, si la hubo no la recuerdo, sólo estuvimos juntos bailando como si quisiéramos comernos literalmente el uno al otro.

El y yo bailábamos y nos mezclábamos, nos perdíamos el uno en el otro, como si no hubiera nada ni nadie alrededor, como si no hubiera más que ese sublime intercambio de energía, de deseo, de pasión, demasiado para un par de cuerpos.

Yo no pensaba nada, la oscuridad del lugar era perfecta para que yo no me mirara, no me escuchara, no me cuestionara, ni siquiera tuve que luchar contra alguna voz interna, había furia contenida en mí, había revancha  con la vida, conmigo misma y yo me iba a cobrar con él, lo que hasta ese momento me había estado negando.

Quería seguir bailando pero el deseo era fuerte, él insistió en que nos fuéramos, y no pudimos contenerlo más. Nos fuimos a mi hotel, pero claro, yo no estaba preparada, no pensaba tirar con nadie en Cusco y con el novio no cuidaba mucho la apariencia así que estaba hecha un peluche, no sé por qué circunstancia del destino compré una máquina de afeitar temprano, así que con el floro de "soy una chica muy limpia y quiero bañarme antes de tirar" y bajo el riesgo de enfriar toda la mierda, me metí a la ducha, a realizar una labor titánica de sacar todos los putos pelos que la naturaleza se empeñó en ponernos en el cuerpo a la mujeres.

Lisa, regia, impoluta, fresquísima, salí luego de un rato, no me puedo quitar el mérito de haber hecho una sesión de spa en un tiempo digno de cualquier record guinness.

Ya fresca, me metí en la cama de plaza y media del cuarto de habitación doble. No se perdió nada, el deseo estaba intacto, puedo decir, que el polvo que me meti con este ser humano maravilloso califica tranquilamente como uno de los mejores de mi vida, bien podria ser el mejor.

La cosa fue frenética, con mucha química, casi con furia. No voy a explicar más de este asunto, porque lo esencial, más allá de los detalles, es que esta experiencia me desatascó. Después de ese encuentro mi vida empezaría a cambiar de manera radical.

Al día siguiente nos la pasamos juntos, caminando por todos lados, conversando de mil huevadas, almorzamos yo volví a mi trabajo, él se fue a Macchupiccu. Me resistía a la idea de vernos en Lima.

Al volver a mi realidad, noté que yo ya no era la misma, que mi vida desde ese momento no sería la misma.
No pude volver a estar con el novio, me resultaba muy complicado, me sentía encerrada, cada vez más deseaba salir de esa prisión, así que planteé terminar y finalmente, luego de un año de lucha y negociaciones fallidas, lo hicimos.

El argentino llegó a Lima en ese trance, en las postrimerías de mi relación, yo andaba aún con el luto, pero con el deseo más prendido que nunca por él, nos vimos, salimos, tiramos, nos peleamos por toda mi confusión y se fue. Al poco tiempo salí de viaje hacia la selva, casi puedo decir que buscándolo, sabía que ese era su rumbo, no lo encontré, pero mi vida se comenzaba a mover. Luego de muchas lunas, yo no lo esperaba, él volvió a aparecer en el chat, sin más ni más, allí estaba ahora hablándome, ya desde su país, tal vez tratando de revivir conmigo un poco todo lo que vivió esos meses de viaje. No importaba, me encantaba saber que estaba aún ahí. Ahora somos amigos, tenemos una cosa interesante, porque mantenemos por el chat la misma buena onda de Cusco, las conversas, el sexo, las broncas, los deseos de encontrarnos de nuevo en algún momento para salir a joder por ahí, somos los dos patas que se conocieron en Cusco, y que, salvando las distancias, aún deambulan por la calle conociendo lugares, impregnándose de historia, pasando la vida, como si no hubiera ninguna prisa.

Es como si volviéramos al punto del camino en el que nos encontramos, pero yo ya no soy más la misma persona, mi vida cambió de manera radical, el argentino fue mi boleto para este nuevo viaje, el que me expulsó del tren, y siempre viviré agradecida por eso, por esta experiencia que me devolvió de nuevo al mundo, a la vida, llena de energía de intensidad.

Hoy soy esencialmente feliz, como siempre lo había anhelado, gracias cusquito, gracias argentinito.

4 comentarios:

  1. Escribes textos geniales¡¡¡¡

    Me gusto y me hice seguidor gracias...

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  2. Oh mi primer seguidor espontaneo, bienvenido!!!

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  3. Bueno la verdad es que buscaba otro tipo de informacion y encontre algo que paso mis espectativas, muy buen relato. Creo que me diste esas ganas de vivir mejor la vida.
    Ya tienes dos fans.

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  4. Qué lindo!! Me encanta contagiar esa energía a la gente, porque es lo que mueve mi vida.

    ¿Cómo te llamas anónimo? ¿Quién eres?

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