Ayer estuve de enfermera. Con una cuasi amanecida, al cuidado de uno de mis mejores amigos.
Nos conocemos desde los 12 años. En aquella época él era un caballerito, diferente al resto, noble, muy respetuoso con todo el mundo, sobretodo con las chicas, algo raro para un pata de esa edad.
Yo lo miraba un poco hacia arriba, con miedo de ser desaprobada por él en algún momento, a los 12 años yo era más un chibolo que una niña linda, un chibolo con cuerpo de niña linda, que cuando fue descubierto por la horda de mocosos en plena efervescencia hormonal se convirtió en mi principal arma de (auto) destrucción.
Mi conducta de promiscuidad en plena adolescencia, producto de mi constante búsqueda de afecto y aceptación me generaron demasiados conflictos, me desestabilizaron y él de alguna manera con esa mirada seria, de aparente serenidad emocional, me hacía sentir criticada, juzgada, y hasta cierto punto rechazada.
Sin embargo, un poco más tarde que las mías, sus bases se resquebrajaron. Alguna decepción amorosa, la neurosis de sus padres, alguna traición de un pata, de repente la vida no era para los caballeros sino para los pendejos, y había que cambiarse de piel para sobrevivir. Eramos demasiado sensibles como para tolerar tanto desorden a nuestro alrededor.
Entró en una especie de espiral de autodestrucción también, al igual que yo fue lidiando con su impulsividad, con su bronca contenida hacia la salvaje y variopinta fauna conformada por la familia, los amigos, la sociedad y el universo en general. Durante mucho tiempo se la pasó buscando respuestas en los lugares y personas equivocadas, siempre intentando encontrarse a sí mismo, siempre escapando de sí mismo.
Fue es en esa espiral en que él y yo nos encontramos, nos acercamos, nos conocimos, nos descubrimos iguales. Esos amigos del montón que conversaban en la cuadra con los demás, sin darse cuenta se atrajeron, se desearon, se identificaron.
En una fiesta de navidad, cuando mi noviecito de los 16 me dejó para celebrar mi cumple con mis amigos, luego de regalarme un peluche de lo más tierno y de tocarme un poquito más de lo que usualmente lo hacía, con cierto temor de que yo me moleste, me encontré con Él, un par de horas y mucho alcohol después en un agarre cargado de demasiada pulsión sexual, salvaje, pasional, impensable para dos adolescentes.
El y yo eramos diferentes del resto en todos los aspectos, el sexo no era la excepción, nos entendimos tanto, fue el mejor agarre que tuve en mi vida, no tuvimos sexo, pero sí mucha pasión, demasiada y quedamos marcados para siempre, esa noche de navidad dejamos de ser un par de conocidos y sin darnos cuenta cruzamos una línea.
Aunque luego de aquella vez no nos vimos y nos comportamos como dos casi desconocidos, yo supe que desde esa época y tal vez antes, nos empezamos a querer, cómo, cuándo, no lo sé, simplemente el cariño se nos instaló. Pero él tenía que seguir buscando, y con la frialdad que desarrolló por sobrevivencia se alejó de mí sin decir palabra, yo como siempre me quedé con la miel en los labios.
Un tiempo después en que yo andaba sola dando tumbos, y él también, nos volvimos a encontrar y a refugiarnos el uno en el otro, lo hicimos por primera vez en la habitación de su tío, de madrugada, escondidos, esta vez la cosa no fue tan sexual, fue tierna, sensible, íntima, yo andaba triste por un abandono más, probablemente él también, no dijimos nada, sólo nos hicimos el amor y él, en un acto de amor pasajero, profundo, efímero, pero real y sólo nuestro, se quedó dentro mío, me pidió que no me moviera, que lo abrazara y así lo hice, nos quedamos en silencio, él dentro mío, abrazándome, yo dejándome querer, algunas lágrimas cayeron, suyas, mías, y el silencio.
Luego de eso el tiempo pasó, cada uno por su lado, ambos tropezándonos, cayéndonos, derrumbándonos y volviéndonos a parar. Mucho alcohol, mucha juerga y cada vez más cinismo en su rostro, cada vez más alejado de su natural sensibilidad, escondida, protegida en algún lugar.
Nos perdimos el rastro unos 7 ú 8 años. Me mudé y me alejé de todos mis amigos del barrio, mi vida se reestructuró, y anda mejor que nunca, pero yo no sabía nada de él, cada cierto tiempo le preguntaba a algún amigo en común qué sería de él, cómo estaría, la habrá librado, estará bien?
A diferencia de mis demás amigos de esa época, por él nó sólo sentía cariño, sentía preocupación, esperaba que estuviera bien, pero mi esperanza era poca, algún comentario mal intencionado o mal informado, me hacía saber que seguía extraviado, sin hallarse, y sentía una pena extraña, tal vez porque sabía que habíamos estado en el mismo lugar, pero más aún, que él era especial, que esa sensibilidad que lo hacía comportarse como una caballerito a los 12 años, no merecía perderse en tanta mierda, que todo su potencial no debía desperdiciarse, él era demasiado especial y yo lamentaba mucho que él no hubiese podido entenderlo.
Hasta que el año pasado lo volví a ver, entró al lugar en que yo estaba con la misma risa de siempre, la misma energía, el mismo cinismo que lo hizo sobrevivir, pero que ahora tenía un matiz distinto, su cinismo era ahora optimismo, era alegría, era seguridad.
No pensé alegrarme tanto esa tarde, me paré y corrí a abrazarlo, quería treparme de él, llenarlo de besos, porque estaba feliz de que estuviera tan bien, tan vivo, tan él.
Convermos un rato, me di cuenta que algunas cosas en él no habían cambiado mucho, pero algún destello en la mirada me hacía sentir que él estaba en otro lado del camino.
Nos vimos un par de veces más, cayó en mi casa alguna vez con unos amigos a seguir la juerga, y se quedó a dormir, no habíamos perdido el toque, nos entendimos perfectamente como siempre. Pero esta vez el encuentro no fue triste, fue como un baile en la cama donde los dos de alguna manera mostrábamos que estábamos vivos, que la libramos, que estábamos de pie.
Me contó que anda haciendo en la vida lo que quiere, siempre bailó muy bien e hizo de eso una profesión, ahora vivía solo, y tenía muchos planes realizados y por realizarse, la vida encaminada, resuelta, pero bien hecha.
Durante mucho rato yo sólo lo escuché, parecía que él queria contarle a alguien cómo superó todo el desorden que era su vida, cómo había logrado encontrarse, darle un sentido a todo, y yo lo escuchaba con ternura, con amor, con alegría, con orgullo. Nos vimos algunas veces más, me gustaba verlo, me gustaba saberlo allí, haberlo encontrado de nuevo y saberlo bien.
Me fui de viaje por trabajo un par de semanas y no supe nada de él, hasta que me enteré que había sufrido un accidente, me asusté, me desesperé, pasaron muchas cosas por mi mente, toda nuestra historia, toda su historia, por qué esta mierda en este momento.
Se salvó de milagro, un camión lo atropelló cuando iba en la moto, se destrozó un brazo y un pie. Varias operaciones para reconstruirle los dos miembros.
Mucha gente movilizándose para ayudarlo, porque todo el mundo lo quiere, es imposible no quererlo.
Ahora está mucho mejor, lograron salvarle ambos miembros, principalmente el pie, que era lo que más preocupaba, porque bailar es su vida, baila hasta dormido. Pero estará parado unos seis meses.
Ayer fui a verlo, no había podido visitarlo en varios días además pensaba que necesitaba descansar.
Le llevé unas pelis, una botella de vino por si quería relajarse, un sopa wantan que me pidió, cigarros y condones, porque cuando le dije que quería que hiciera por él, lo primero que dijo fue: "sabes muy bien qué quiero".
Me recibió su mamá, feliz de que lo visite y lo acompañe, porque con el tiempo, cuando uno crece, madura, la sensibilidad vuelve, él y su mamá hicieron las pases en algún momento.
Estuvimos viendo películas, le hice cariño sentada a su lado, y luego tiramos, haciendo malabares para no golpearle el brazo o el pie, trapada sobre él en la cama clínica. Nos reimos mucho de lo poco que duró, tuve que hacer toda la chamba de límpieza post coito. Me dijo que tenía que escribir algún día todo lo que le ha pasado y que lo que pasó anoche tenía que ser escrito de todas maneras, le prometí que yo haría un post en mi blog, fue por eso que empecé a escribir, pero al final terminé abriendo el baúl de nuestra historia.
Me senté a su lado de nuevo y nos seguimos haciendo cariño. Terminamos de ver Invicto, y me eché a dormir en una improvisada cama hecha con cojines en el suelo, me dolió hasta el pelo cuando me levanté, pero lo haría un millón de veces más.
Me gustó estar con él, cuidarlo, y hacerlo feliz aunque sea por 30 segundos o menos ja ja, el pobre estaba demasiado contenido. Tomé desayuno con él hoy en la mañana y luego me fui, lo abracé y lo besé mucho, quería besarlo más y quedarme más con él, pero asumí que necesitaba un poco de espacio, volveré igual.
A pesar de lo jodida que es su situación, él está bien, con el ánimo al tope como siempre, fresco, tranquilo, sereno, y siempre guapo, siempre entero, siempre hombre.
Siempre tendrá ese porte de hombre sexy, atractivo, por el que todas se mueren, principalmente sus alumnas de baile que lo llenan de mimos y se preocupan tanto por él. Rodeado de su séquito de loquitas que se derriten con el caballero sensible, pero insondable, inatrapable, inalcanzable, sonriente, alegre pero al mismo tiempo cerrado, casi misterioso, con el corazón infranqueable.
Lo próximo será llevarlo al cine y sacarlo a pasear en silla de ruedas, aún no puede moverse porque tiene una herida en carne viva, mientras se reconstruye su piel y el brazo lleno de clavos le duele demasiado.
Tengo chamba de enfermera unos seis meses más. Y el rol me gusta porque es él, porque después de tanto tiempo me doy cuenta que lo quiero mucho, él es mi amigo de la vida con el que se comparte todo, con naturalidad, con cariño, con un amor fraternal, pero al mismo tiempo, con atracción, deseo, complicidad, empatía.
Después de tanto tiempo de conocernos, descubro que estamos hechos de lo mismo, que somos la misma persona en versión hombre y mujer, nos perdimos, nos encontramos, probablemente nos volvamos a a perder, pero siempre nos tendremos el uno al otro.
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